Sigue los capítulos de mi novela El silencioso GRITO de Manuela en mi blog:
En las tardes de invierno, Manuela
tejía ponchos de oveja o de llama para cubrir las camas y los sillares del
living que adornaban la galería de los retratos con algunos bustos de mármol mientras
la fachada de la residencia se caía a pedazos por la humedad sobre la vereda.
Julián había heredado de su padre andaluz cierta rebeldía que le impedía
adaptarse a los cánones de la época.
-Oye, tú, eres un tesoro. El
misterio anida en el alma de tu cuerpo-le decía Julián cuando Manuela se
hallaba distante y escuchando el rigor de las palabras de Pedro, su padre, que
estaban guardadas en su memoria. Es que procuraba alejarse de la influencia
arrebatadora de sus progenitores, pero, sin querer, caía en las redes porque no
aceptaba que debía romper un poco ese vínculo para poder crecer.
Más tarde, tomaba su baño de
lavanda y mandarina que alejaba el insomnio y las tensiones y se recostaba
sobre la cama a esperar… como si fuera un ritual cadavérico de fuego y ceniza,
de nieve y lava…
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