Manuela era una mujer sumisa que parecía niña. Cuando la conocí pude ver su inocencia tras ese velo que, como los ángeles, parecía diáfano.
Tenía demasiado amor para dar, pero se ocultaba tras las oraciones buscando el refugio, sus alas extraviadas. Y no sabía cómo resolver los problemas, tampoco buscaba salir de ellos...
Entre sus gritos silenciosos se acordaba de buscar flores para el retrato de la niña, esa locura de amor la aferraba a las cruces y a los campanarios que sonaban a las siete de la tarde.
Preguntaba...
Tenía miedo de sufrir por el presente y el futuro. Por eso se escondía entre los salmos, por eso no quería escuchar reclamos, ni palabras demasiado fuertes porque aturdían su silencio.
Pensaba en la muerte súbita, en la libertad y los secretos, en el sillón de su madre y en sus hijas solteronas. Las quería así... fuera de todo peligro.
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
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